LA NAVEGACIÓN Y EL INCENDIO DEL BARCO DAVID ARANGO
NAVEGACIÓN
COMO SE INCENDIO EL DAVID ARANGO
Aquella tarde veraniega del 16 de enero de 1961, el vapor DAVID ARANGO U. surcaba las caudalosas aguas del río Magdalena. Entre suspiros anhelantes e impetuosos transportaba su pesada carga corriente arriba; avanzaba por las revueltas aguas de la gran arteria, saludando con su ensordecedor pito a los pueblos a su paso, dando testimonio de su presencia por aquellos lugares por donde pasaba.
Frente a la población de Yatí su pitar resopló con un dejo de melancolía cual presagio de que iba a ser la última vez que lo verían los lugareños que salieron a contemplarlo… y en sus corazones, una fatal premonición sembró en sus pensamientos algo de que jamás ningún otro yaticero tendría el orgullo de viajar en él o pertenecer a la tripulación de este coloso del río.
Los descendientes del Cacique Yatía regresaron a sus viviendas compungidos de tristeza cuyo recuerdo iba a ser imperecedero por este gran barco, insignia de la Naviera Colombiana, conocido como el “Palacio flotante”, por su belleza, sus lujosos camarotes…, y la ocasión que aprovechaban los pasajeros para transacciones de negocios, de amistad y de vínculos amorosos… ( ).
A su arribo al puerto magangueleño, los pasajeros bajaron a comprar y a conocer las ofertas de los comerciantes de toda clase de mercaderías. Aquello era una especie de feria y encuentro de diferentes culturas, mezclados en un verdadero colmenar humano con los habitantes de “La Princesa del Río”, como bautizó a esta ciudad el profesor e historiador, Félix Viloria Romero… ( ).
La Albarrada era un “Mercado Persa” donde se confundían el bullicio y la algarabía de diferentes gracejos, dichos, dialectos y lenguas que semejaban una Babilonia de los tiempos modernos. Como era costumbre, ese fatídico 16 de enero, los pasajeros fueron avisados a través de la primera pitada a que regresaran a la embarcación (después del tercer aviso, todos tenían que estar a bordo).
A su vez las calderas comenzaron a ser avivadas por un ayudante de maquinista, los chorros de vapor hirviente brotaron de las partes laterales del barco (a babor y a estribor) con un ruido ensordecedor, cuyas escarchas, unas caían al agua, otras se estrellaban con los muros y barrancos o caían a la superficie sin pavimento de La Albarrada, formando burbujas cristalinas que se convertían en charquitos de agua y rápidamente eran absorbidas por la madre tierra, debido a la alta temperatura que aún a las 5 de la tarde de ese veraniego día reinaba en el Puerto Carvajalino.
El momento del inicio del incendio en el David Arango nadie lo pudo precisar, lo único cierto es que se produjo en las calderas, de donde las llamas en cuestión de segundos se expandieron al primer piso y subieron rápidamente a los pisos 2 y 3, envolviendo a toda la embarcación en una gigantesca tea, cuya humareda se veía en toda la población y sus habitantes presenciaron el trágico fin de un gran barco, con el que se clausuró definitivamente la navegación en esta modalidad por el río Magdalena.
Al maravilloso “Palacio flotante” las llamas lo consumieron vorazmente hasta quedar convertido en chatarra frente a las miradas aterradas e incrédulas del colmenar humano que pululaba por el Puerto en espera de un milagro de la Divina Providencia.
Este milagro se produjo y la “Ciudad de los Ríos” se salvó de una tragedia mayor, cuando en medio del fragor de las llamas y el estruendoso palpitar y rugir del maderamen quemándose, desprendiéndose esquirlas alucinantes cual luciérnagas errantes, envueltas en negras columnas de humo que semejaban un holocausto, alzándose impertérrito al cielo, para luego precipitarse sobre los techos de las viviendas. Fue entonces cuando los espectadores dirigieron al unísono la plegaria de la Salve a la Virgen Morena de Las Candelas.
Ese fue el preciso instante en que el Capitán ordenó soltar las amarras para que la embarcación totalmente en llamas se desplazara aguas abajo y así evitar un desastre de mayores proporciones en el Puerto. Misteriosamente comenzó a percibirse una fuerte brisa en dirección de occidente a oriente que fue arrastrando al buque en llamas hacia la orilla opuesta de la margen derecha, recostándose humeante en un recodo peñoso y que fue testigo mudo de los últimos estertores del esplendor y majestuosidad del más lujoso barco turístico que surcó el gran río de la Magdalena.
El siniestro o tragedia de David Arango, orgullo de la Naviera Colombiana, lo fue también para la navegación en barcos por el río Magdalena y lo concerniente al dolor físico por parte del ser humano, también lo vivieron los pasajeros, curiosos y vendedores ambulantes que al momento de producirse la conflagración, quedaron atrapados por las llamas y no tuvieron tiempo de saltar del barco, sin embargo, contaron con la colaboración de los marinos guiándolos hasta lograr ubicarlos en botes salvavidas y así escaparon de las llamas, pero algunos sufrieron quemaduras, contusiones, desmayos y asfixias.
Este hecho quedó registrado en los anales históricos de Colombia, como “La tragedia del David Arango en el Puerto de Magangué”.