Alguien divisó el humo y las llamas que salían de uno de los camarotes del tercer piso de este barco de lujo, y la voz de alarma se propagó por toda la albarrada. Los pasajeros tuvieron apenas tiempo de desembarcar cuando el fuego se ensañó en el maderamen añejo de la cubierta. Fueron inútiles los intentos por apaciguar el fuego, y la tripulación optó por cortar a hachazos las amarras. El barco ardiente se fue así, navegando río abajo con la corriente, en medio de las primeras estrellas de la noche. El incendio del David Arango cerró un capítulo de la historia de Colombia, del río Magdalena y, sobre todo, del puerto de Magangué, quizás el que más perdió con la desaparición de los grandes barcos.
tomado de portafolio.com
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